En la vida hay cosas que, una vez que suceden, no tienen vuelta atrás. En mi caso, pienso en dos: un diagnóstico que me cambió la manera de estar en el mundo y mis tatuajes. Dos marcas diferentes —una que vino sola y otra que decidí— pero que comparten lo mismo: son irreversibles.
Y pensaba que en mi taller pasa algo parecido. Cuando reciclamos un mueble, hay acciones que no tienen botón de “deshacer”. Te zarpás con la lija, calculas mal un corte, aplicás mal un químico. Lo que hiciste, queda. La madera no vuelve a ser la de antes.
Me acuerdo de una vez que una alumna, entusiasmada, se pasó con la lija en un paraíso hermoso. La superficie quedó hundida, despareja y su cara de: ¡Nooo, la cagué!”. Y sí, en ese punto no había vuelta atrás. No podíamos “deslijar”. El error era irreversible.
Pero ahí está lo interesante: lo que parecía un desastre terminó convirtiéndose en lo que hizo único al mueble. Decidimos trabajar esa zona con otro acabado, jugar con la textura y resaltar lo que, en teoría, había sido un error. El resultado fue mejor de lo que habíamos planeado.
Lo irreversible, no siempre es un problema, puede ser una oportunidad. Un tatuaje termina siendo parte de tu identidad. Un paraíso con veta marcada puede transformarse en un detalle con carácter. Un error en el proceso puede abrirnos otra puerta. El trabajo con los muebles me muestra todo el tiempo que no se trata de borrar huellas, sino de integrarlas. Igual que en la vida. Los diagnósticos, las marcas en la piel, las decisiones que tomamos, no se borran. Pero podemos elegir cómo convivir con ellas, qué lugar les damos, cómo las convertimos en parte de nuestra historia.
Al final, lo irreversible no es necesariamente lo malo. Es lo que nos define, lo que nos da identidad, lo que nos invita a crear distinto. En mi cuerpo y en la madera, lo irreversible se vuelve relato. Y ese relato, si lo abrazamos, puede ser hermoso.
¡Gracias por leerme!
Y no te olvides: estás en casa …
Juli Petiribi



