Cuando era chica, jugaba mucho con mi prima Coke. Éramos distintas en todo. Ella, calma y amorosa; yo, rebelde y caótica. Mi mamá —que además era su madrina— solía ponerla de ejemplo y a mí me daba unos celos…
Pasábamos muchos fines de semana juntas, en general en mi casa. Mi habitación se convertía en un territorio lúdico donde todo era posible: crear mundos, ser otras, buscar, descubrir y acompañarnos. Ser primas amigas.
Algo me quedaba de esas tardes: la admiración que me provocaba saber que Coke tenía clarísimo lo que quería ser de grande: maestra, como su mamá. Yo, en cambio, me movía entre mil posibilidades: oficinista, actriz, comerciante, doctora, maestra jardinera. Nunca tuve claro qué quería ser, y eso me angustiaba, porque en mi familia la pregunta sobre la vocación estaba siempre presente.
El secundario fue una etapa hermosa de libertad y experimentación. Pero la pregunta seguía ahí: ¿qué vas a hacer de tu vida? Mientras algunos compañeros parecían avanzar con un plan definido, yo me entusiasmaba con cosas que después abandonaba. Probaba, cambiaba, buscaba. Y a veces pensaba que esa inestabilidad era un defecto.
Pasados los treinta entendí que a veces las cosas llegan después, o mejor dicho, llegan cuando tienen que llegar. El tiempo de las cosas no siempre es el de los demás. La restauración apareció como respuesta a una crisis laboral muy profunda. Lo que empezó como un pasatiempo se transformó en un oficio y con el tiempo en mi medio de vida. Descubrí en la madera y en el hacer, algo que me daba paz y me ordenaba. Algo que podía sostener durante horas casi sin darme cuenta.
Ahí entendí que la vocación no siempre es una respuesta clara a las seis años, como le pasaba a mi prima. A veces es un camino de pruebas, idas y vueltas, búsquedas que parecen no llevar a ningún lado… hasta que un día, sin anunciarse, aparece.
Hoy sé que mi vocación es restaurar muebles y dar clases acompañando a otras mujeres a descubrir, también, su capacidad creadora. Me gusta pensar que, aunque me llevó años, llegué al lugar donde tenía que estar. No fue temprano ni tarde: fue cuando tenía que ser.
Te doy la bienvenida a mi blog, sacate los zapatos y disfrutá: estás en casa.



